Una nueva lucha, a 365 días del Bicentenario de la Independencia

Hace unos días mi compañera de vida, Sarah, trajo una foto del menor de nuestros hijos, del acto realizado en su escuela por el 9 de Julio. Obviamente, cuando lo vi a Arturo en ella fue inevitable rememorar una foto que me había tomado mi viejo.
Fue así que luego de hallarla y observar mis compañeritos de entonces, las maestras y todo aquel contexto, que en ese momento era mi mundo, los recuerdos comenzaron a aflorar.
La foto me la tomaron hace 33 años para un 25 de Mayo, cuando mi mamá me vistió de época, de caballero de 1810. Recordé que la Escuela Arroyo y Pinedo estaba repleta, que en medio de la actuación el único papá que se acercó presuroso para fotografiarnos fue el mío, que justo en ese momento me mordí los labios para disimular una sonrisa inevitable, porque me puse nervioso, pero por la foto, no por la actuación. Y recordé, también, que cuando él tuvo las fotos en sus manos, se lamentaba de que el principal "actor" de la jornada -o sea yo- haya tenido esa mueca no natural. ¿Habrá sido que le arruiné la foto o que no salí 'lindo', como él esperaba? No sé, nunca me lo dijo y nunca me preocupó saberlo, pero él tampoco supo nunca el por qué de mi mueca. Hoy lo recordé.
Sencillamente, tuve vergüenza. Fue un acto reflejo, natural, de alguien que se inhibe ante una cámara cuando le están por sacar una foto o cuando lo están por filmar. Sentí que tomarme esa fotografía hacía que todos -toooodoooos- se fijaran en mí y en nada ni nadie más que en mí. Hoy, que veo con ojos de padre, estoy seguro que mi viejo advirtió cuánto me condicionaba la cámara, lo cohibido de mi gesto.
Obviamente que me resultó imposible no comparar con la preciosa foto de Arturito, notar las diferencias entre un "nativo digital" y yo. Veo ambas fotos y me doy cuenta de que a sus 7 años ya se hizo innumerables selfies y que -¡sin exagerar!- ya tiene más fotos que yo a mis 40. Veo la naturalidad con que pone su mejor perfil, cómo regala su mejor sonrisa y es difícil no admirar la frescura de su pose.
Probablemente, amigos del face, crean que hablo babosamente de mi hijo, pero no es eso lo que quiero. Bueno, sí, también. Pero lo que pretendo en realidad es poner de relieve el problema con que nos topamos hoy.
Noten que en esta época, a un año del Bicentenario de la Independencia, todos nuestros hijos son así: ninguno se amilana ante ninguna cámara y todos posan muy sueltos de cuerpo.
Creo, entonces, que no deberemos preocuparnos más por alguna mueca de inhibición de nuestros hijos en ningún acto escolar. Ahora, en cambio, -y he aquí el problema- hay que luchar con los otros padres, decenas de fotógrafos improvisados, para ganar un lugar decente que nos asegure una foto inolvidable.

(10/07/2015)


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